Amor, amor.

Crece, altera y sonroja. El ladrido de un perro modificó la calma de una niña que jugaba con rosas blancas. La pequeña, con ropas limpias y olor floral se acercó al animal vagabundo con toques de barro. Las miradas inocentes calman un mar bravo. Y entonces los ladridos cesaron, y las risas alarmaron al padre que observaba desde el umbral de la puerta. Sin entrevista previa, ese animal sustituyó al adulto guardián de la entrada y pasó a formar parte del primer sentimiento de una niña que jugaba, sin querer, con el inicio del entender de la vida.

Amor, amor.

Conmueve, arrasa y penetra. Dos adolescentes tantean miradas en base a un fervor sanguíneo. Uno desmiente su certeza, mientras otro ingiere la dura pena del rechazo. El tiempo le hace un favor al segundo y le lleva a encontrar a su compañero de viaje. Entre dos paredes, encuentran la intimidad de la gloria. Ambos exploran el cuerpo y la mente. Nace así la ansiada palabra del edén.

Amor, amor.

Muere, llora o evapora. El cementerio cierra a medianoche. Pero Luis no deja a Gloria. La lleva dentro de él, a todas horas. Una rosa representa tantos años de manos juntas, caricias mutuas y llantos opuestos. El cementerio cierra a medianoche, pero Luis hace trampas. Gloria vuelve a la vida con la luna. En el crepúsculo, él cierra los ojos y la abraza. Viven medio día juntos, y otro tanto recordándose. Gracias a Luis y a Gloria, demostrado queda que la adoración no se diluye.

Amor, amor.

Recompone, asombra, supera. A las disputas del primer mundo, el ser humano las llama el fin del universo. La amistad quiebra relaciones, o une almas, para los más dignos. Una joven que había decidido no volver a ver a su hermana sin parentesco, encontró en la puerta una caja con una nota: <<Quiero volver a ser una niña contigo>>. El regalo consistía en dos muñecas viejas, que hizo brotar las lágrimas de la descomunal disputa. Una llamada volvió a recomponer los corazones rotos.

Amor, amor.

Alivia, expande, inspira. La independencia consiste en la no dependencia. Y a Sara le costó encontrarla. Vivió rodeada de cuentos de hadas, y alcanzar el clima era besar a un príncipe con capa y espada. El día en que buscaba un libro viejo, decidió mirar en sus propias hojas. Allí vio a Sara abrazando a un perro vagabundo, a Sara llorando por un amor de instituto, y a Sara amando a sus abuelos. También vio a su amiga de la infancia, vistiendo a muñecas y riendo a carcajadas. Contempló su trayectoria y dedujo que amar su propia existencia era la mejor opción que había escogido.

-¿Amor?

-Dime, cielo.

-Te quiero.

-Yo también, me quiero.